JÚPITER
Tenía en su carta astral unos aspectos tan adversos, que según aquel astrólogo, nunca trascendería en nada, y ese era su destino.
Recordaba las palabras a manera de sentencia: no tenía otro futuro que estar al frente de aquella taquilla triste y fría de un banco de tercera, en donde era extraño algún cliente. Las horas se le iban frente a la ventanilla vacía mirando a la calle.
Ni siquiera tenía el don del baile -pensó una vez- para poder soportar la monotonía de la totalidad del día. Pero si no tenía ni futuro ni nada que buscar, era mejor quedarse allí en aquella taquilla, el dinero de la quincena estaba seguro y tal vez trabajando por unos veinticinco años, más o menos, tendría segura su pensión de vejez.
Se miraba a si mismo como una descripción de los planetas en aquel círculo geocéntrico que representaba su nacimiento marcado en el cielo. Era como una huella dactilar, no puede alterarse o cambiarse. Todas las mañanas miraba el círculo y soñaba con poder mover aquella Luna o aquel Júpiter y situarlos en el medio cielo, hacia la cúspide y desaparecer todas las oposiciones planetarias y cuadraturas que lo hacían simple, introvertido y hasta aburrido, incluso su última novia, que evidentemente le faltaban algunas neuronas, lo soportó por menos de mes y medio. Así al hablar, al caminar, al hablar y hasta al hacer el amor se sentía cercado por todas las fuerzas astrológicas, sometido a tal presión de influencias astrales que nunca se sintió un minuto feliz.
Explicaba la muerte de su padre por un Saturno mal aspectado en su Medio Cielo, que lo hizo enfrentar la muerte a muy temprana edad. Y a la influencia marcada de Cáncer, con Venus, en la cuarta casa, además de la Luna en Capricornio, seguro originaban su inusitada dependencia materna.
Y aunque Mercurio y su relación con Urano y Piscis le ofrecían intuición e inteligencia, estas no se desarrollaban por las cuadraturas tan negativas de un Júpiter en destierro, hasta el mismo Sol natal se veía oscurecido. Sin duda Dios le había dado un destino simple y anónimo.
Esperaba también, que a los cuarenta años le comenzaran una serie de inflamaciones y que sus intestinos empezarán a fallar de un momento a otro.
Afuera de su círculo astrológico, las cosas se movían con mayor velocidad, este día. Desde la taquilla vio llegar una muchedumbre que protestaba contra leyes y abusos. Vio con asombro y miedo, como el ejército llegó también apertrechado como para una guerra. Y observó como sin miramiento los soldados golpearon y maltrataron a los civiles.
Con horror, veía caer heridos y muertos, su corazón se aceleró, y sintió un extraño rubor, un calor que subía por su cuerpo y luego una gran energía. Corrió hacia la calle, tomó una bandera que había caído al suelo. Y corrió como nunca nadie podía haberlo hecho, saltó el cerco que los soldados y sus escudos habían formado, y continúo corriendo, los soldados le disparaban, pero ninguno le acertaba. Los soldados trataron de alcanzarlo, pero se perdió entre los disparos y el humo de las bombas lacrimógenas. Llegó al palacio y allí una gran cantidad de soldados intentaron nuevamente pararle, pero los esquivó y saltó sobre ellos, como poseído por la gracia de Mercurio, llevando un mensaje de los Dioses. Al estar frente a la cerca del Palacio, una gran fuerza le hizo abrir las cerraduras con la precisión de Plutón y en medio del patio central clavó la bandera.
Se sintió en silencio, atónitos todos, contrarios y gobernantes, lo observaban. El silencio fue roto por una bala que se abría paso hacia su pecho. Cayó y vio brotar de la bandera primero un rayo, luego otro y después un cuerpo inmenso brillante, tal vez un Ángel, pero lo más seguro era la Diosa Victoria que venía abrazarlo, sintió elevarse a las alturas de los dioses, y vio caer su cuerpo y con él todo el poder del dictador. Lo levantaron con una sonrisa en su rostro y un Júpiter movido a la cima del cielo.
FIN.
Molpo 13 julio 2005.
Tenía en su carta astral unos aspectos tan adversos, que según aquel astrólogo, nunca trascendería en nada, y ese era su destino.
Recordaba las palabras a manera de sentencia: no tenía otro futuro que estar al frente de aquella taquilla triste y fría de un banco de tercera, en donde era extraño algún cliente. Las horas se le iban frente a la ventanilla vacía mirando a la calle.
Ni siquiera tenía el don del baile -pensó una vez- para poder soportar la monotonía de la totalidad del día. Pero si no tenía ni futuro ni nada que buscar, era mejor quedarse allí en aquella taquilla, el dinero de la quincena estaba seguro y tal vez trabajando por unos veinticinco años, más o menos, tendría segura su pensión de vejez.
Se miraba a si mismo como una descripción de los planetas en aquel círculo geocéntrico que representaba su nacimiento marcado en el cielo. Era como una huella dactilar, no puede alterarse o cambiarse. Todas las mañanas miraba el círculo y soñaba con poder mover aquella Luna o aquel Júpiter y situarlos en el medio cielo, hacia la cúspide y desaparecer todas las oposiciones planetarias y cuadraturas que lo hacían simple, introvertido y hasta aburrido, incluso su última novia, que evidentemente le faltaban algunas neuronas, lo soportó por menos de mes y medio. Así al hablar, al caminar, al hablar y hasta al hacer el amor se sentía cercado por todas las fuerzas astrológicas, sometido a tal presión de influencias astrales que nunca se sintió un minuto feliz.
Explicaba la muerte de su padre por un Saturno mal aspectado en su Medio Cielo, que lo hizo enfrentar la muerte a muy temprana edad. Y a la influencia marcada de Cáncer, con Venus, en la cuarta casa, además de la Luna en Capricornio, seguro originaban su inusitada dependencia materna.
Y aunque Mercurio y su relación con Urano y Piscis le ofrecían intuición e inteligencia, estas no se desarrollaban por las cuadraturas tan negativas de un Júpiter en destierro, hasta el mismo Sol natal se veía oscurecido. Sin duda Dios le había dado un destino simple y anónimo.
Esperaba también, que a los cuarenta años le comenzaran una serie de inflamaciones y que sus intestinos empezarán a fallar de un momento a otro.
Afuera de su círculo astrológico, las cosas se movían con mayor velocidad, este día. Desde la taquilla vio llegar una muchedumbre que protestaba contra leyes y abusos. Vio con asombro y miedo, como el ejército llegó también apertrechado como para una guerra. Y observó como sin miramiento los soldados golpearon y maltrataron a los civiles.
Con horror, veía caer heridos y muertos, su corazón se aceleró, y sintió un extraño rubor, un calor que subía por su cuerpo y luego una gran energía. Corrió hacia la calle, tomó una bandera que había caído al suelo. Y corrió como nunca nadie podía haberlo hecho, saltó el cerco que los soldados y sus escudos habían formado, y continúo corriendo, los soldados le disparaban, pero ninguno le acertaba. Los soldados trataron de alcanzarlo, pero se perdió entre los disparos y el humo de las bombas lacrimógenas. Llegó al palacio y allí una gran cantidad de soldados intentaron nuevamente pararle, pero los esquivó y saltó sobre ellos, como poseído por la gracia de Mercurio, llevando un mensaje de los Dioses. Al estar frente a la cerca del Palacio, una gran fuerza le hizo abrir las cerraduras con la precisión de Plutón y en medio del patio central clavó la bandera.
Se sintió en silencio, atónitos todos, contrarios y gobernantes, lo observaban. El silencio fue roto por una bala que se abría paso hacia su pecho. Cayó y vio brotar de la bandera primero un rayo, luego otro y después un cuerpo inmenso brillante, tal vez un Ángel, pero lo más seguro era la Diosa Victoria que venía abrazarlo, sintió elevarse a las alturas de los dioses, y vio caer su cuerpo y con él todo el poder del dictador. Lo levantaron con una sonrisa en su rostro y un Júpiter movido a la cima del cielo.
FIN.
Molpo 13 julio 2005.